
Cuando llegas a Córdoba, sabes que estás en Córdoba. Su historia se respira en cada rincón por el que pasas, en cada calle por la que cruzas. De camino al centro, uno se percata de ese grandioso y oculto pasado romano que tuvo la ciudad, totalmente a la sombra de los tesoros califales. Córdoba es una ciudad que aún aguarda, como un diamante en bruto, a que la descubramos.
La Mezquita-Catedral de Córdoba
Cuando bajas caminando desde la estación de tren hacia el centro de la ciudad, no hay lugar a dudas del rico y valioso legado que los árabes dejaron en esta tierra, al otro lado de África.
La Mezquita-Catedral se abre ante ti entre las calles con su imponente arquitectura, sus puertas tapiadas en oro y su detallada y rojiza decoración. Compartiendo el espacio con las actuales tiendas de souvenirs, hoteles y restaurantes que esperan ansiosos tu visita para ofrecerte lo más típico de la región, la mezquita sabe cómo presentarse sola. Ni siquiera los carruajes con caballos que hay alrededor parecen apartar la mirada de tan espectacular lugar.
Recorrer todo el perímetro es perderse en los detalles y en el pasado. Cada una de las puertas cuenta con una decoración totalmente diferente, lo que convierte a la idea de observar en una tarea poco aburrida.
Quedé maravillada ya sólo con la vista exterior. Siempre he soñado con visitar países de Oriente como Egipto, Jordania o Marruecos. Su cultura, sus tradiciones y su religión han sabido cómo despertar la curiosidad en mí. Verme allí, frente a la antigua mezquita, sin haber cogido un avión o haber atravesado el océano, fue hacer un doble viaje al pasado: al de la ciudad y al mío propio. Evoqué cómo sería ver otros edificios similares en esos países, sacié momentáneamente mi sed de conocer más y disfruté del momento presente pensando, una vez más, en la riqueza que nos da la multiculturalidad.
Si el exterior de la mezquita ya ocupa parte del tiempo caminando alrededor del perímetro, la entrada da paso a un patio abierto repleto de naranjos. El ambiente es de lo más jovial y alegre, y ni el calor ni los turistas (yo fui en el mes de agosto) me quitaron esa sensación aquel día.
El interior de la mezquita se presenta como un juego para la mente. Calcular las dimensiones a simple ojo es prácticamente imposible; uno se percata del por qué esa obra arquitectónica sigue en pie tras la expulsión de los musulmanes. Eres capaz de ponerte en la piel de los cristianos y entender por qué ellos también se maravillaron. Hubiese sido un sacrilegio acabar con ese edificio, un lugar que recopila la historia de varios siglos y reinados califales. Es la viva imagen del pasado musulmán de la ciudad.
Si tenéis la oportunidad, recomiendo hacer la visita nocturna a la mezquita-catedral. La perspectiva cambia totalmente al verte inmersa en un espacio vacío y con la única luz de los candelabros que se encienden al mismo paso que tú.
La visita está muy bien explicada por períodos históricos, lo que permite tener una idea aproximada de cómo fue evolucionando la construcción de la mezquita hasta su posterior reutilización como catedral de Córdoba.
De todo el recorrido, si algo captó mi atención de principio a fin fue el área donde el último califa Alhakén II construyó las puertas y cúpulas de la maqsura además del mihrab, es decir, la sala que señala la orientación hacia la Meca para orar. Decidme si las fotos no hablan por si solas con esos detalles en oro, esas cúpulas que recuerdan a la mezquita de Estambul y ese juego de mosaico con significado.
Allí nos explicaron que precisamente la mezquita de Córdoba fue la segunda más grande del mundo después de La Meca, hasta que la mezquita azul de Estambul le quitó ese privilegio. Viendo el laborioso trabajo y la artesanía que hay en techos y paredes, una entiende un poco mejor la importancia que los musulmanes le dan a su religión. Esos mosaicos, esas teselas, esos remaches en oro, son dignos de estar en el paraíso.
El recorrido por la mezquita-catedral de Córdoba no deja indiferente a nadie, sea en un sentido u otro. Cuesta imaginar las dimensiones sólo viéndola desde fuera, aunque no cabe duda que fue creada y ampliada con el fin de acoger a unas 40.000 personas. Al igual que ocurre con otras muchas mezquitas de Al-Andalus, la orientación difiere respecto a otras mezquitas; no está bien alineada con La Meca. Desconozco en profundidad el motivo, ¡aunque sería muy interesante saberlo! En cualquier caso, es uno de los monumentos patrimonio histórico más importantes de la ciudad. Es una muestra tangible del arte hispano-musulmán andalusí, igual que la Alhambra de Granada. A la pregunta: ¿merece la pena hacer la visita? Independientemente de que esté catalogada por la UNESCO como Bien de Interés Cultural y Patrimonio de la Humanidad, mi respuesta, rotundamente, es un sí. Andalucía cuenta con un legado histórico fascinante y la mezquita-catedral de Córdoba nos explica, callada, parte de aquella historia.